Escribo estas palabras espoleado por dos visionados
recientes: un tráiler (y no me refiero a un camión muy largo) y una película.
El tráiler apareció cual pokemon salvaje en la hierba alta
de Youtube. La película, en cambio, fue una decisión consciente de mi
'yo' del pasado reciente. Una decisión inducida por el tráiler y a la que ahora
no le encuentro explicación más allá de un cuidadoso lavado de cerebro.
La cuestión es que estas dos experiencias audiovisuales y
la nula actividad del blog se han ensamblado para crear este engendro con forma
de entrada. Aún no he decidido qué voy a contar exactamente pero sí tengo
decididas algunas palabras que quiero incluir. Palabras como pokemon (que ya la
he incluido), Japón feudal, blanco sobre negro, dvd original, lámpara de araña y zepelín.
Por otra parte, y a modo de declaración de intenciones, he
decidido prescindir de una palabra: Objetividad.
Después de esta pequeña pero necesaria introducción, voy a
exponer mi punto de vista sobre lo que vi y las sensaciones que me transmitió
(que al fin y al cabo es de lo que se trata).
La primera pieza audiovisual a la que me refería es el
tráiler de The Lone Ranger (Gore Verbinski, 2013). Todo iba bien, incluso me
interesó (apareció la opción de omitir el anuncio y me resistí), pero de
repente, la ventana de reproducción escupió a un indio de circo con la cara
pintada y plumas en la cabeza. No puede ser, pensé. No es él. No son ellos.
Pero sí. Son ellos. Es él: Jack Sparrow y Johnny Depp, Johnny Depp y Jack
Sparrow. El mosquito y la malaria, la uña y la mugre, la cuerda y el ahorcado.
Lo que me prometían los primeros 20 segundos de tráiler, se
esfumó cuando apareció el citado indio hablándole a un caballo. No tengo nada
en contra de que se explote al hijo de Keith Richards, pero ya no me impresionan
sus andanzas aunque se desarrollen en el Lejano Oeste o en el Japón feudal. La
cuestión es que tuve la inmediata sensación de que ya había visto la película.
La gota que colmó el vaso de la desilusión fue la aparición
blanco sobre negro de los nombres del director y del productor: Gore Verbinski
y Jerry Bruckheimer. Y por si no quedaban claras las referencias, el tráiler se
encarga de informarte de que son el mismo equipo que te trajo Piratas del
Caribe. Bien jugado Disney, BIEN JUGADO.
Después del tráiler, un pequeño Jack Sparrow se me subió a
la oreja y me comentó la posibilidad de ver Pirates of the Caribbean: On
Stranger Tides (Rob Marshall, 2011). Claro, ¿por qué no? La tercera ya se había
ido un poco de madre, pero bueno, 137 minutos de aventuras y peripecias
increíbles no me iban a enfermar. Además, para criticar hay que ver, me comentó
Jack mientras introducía el dvd original en mi ordenador y me acercaba un vaso
de leche con galletas (ATENCIÓN: el fragmento anterior puede contener trazas de
mentira, y no me refiero a lo de la leche y las galletas).
Tenía que juzgar si el modelo Jack Sparrow estaba acabado o
no.
Pues bien, para mí, la película es la peor de la saga y las
aventuras de Jack ya no son mejores que las de Teo. Incluso en un momento de
flaqueza estuve a punto de quitarla, pero justo apareció Ian McShane (el
carismático
Al Swearengen en Deadwood) y parecía que se iba a poner
interesante. Parecía pero no. No hay fuerza en ningún lado y nada resulta imprevisible.
Cuando ves que a Sparrow se le queda un pastel en la
lámpara de araña, sabes
que antes de que acabe la escena, se lo va a zampar.
Cuando te pones a ver Piratas del Caribe puedes aceptar
ciertas cosas que cercenen la verosimilitud, pero nunca perdonas los momentos
previsibles, y mucho menos los Deus ex machina. Pues bien, esta película lo
tiene todo. Todo lo malo. Todo lo que un profesor de guion te subrayaría en rojo sangre. Sin embargo, la película ha recaudado cuatro veces lo que costó (recaudó mil millones de dólares en todo el mundo), así que es normal que ahora quieran probar suerte con la misma fórmula en el Lejano Oeste.
Estas dos experiencias audiovisuales me llevan a concluir
que las sagas y las fórmulas son como zepelines:
Al principio todo el mundo quiere saber lo que es y se
maravilla con el artefacto. A medida que pasa el tiempo, a las personas les
cuesta más sorprenderse, por lo que cada vez se construyen más grandes y con
más extras.
La diferencia entre los zepelines y este tipo de películas
de fórmula es que los primeros, cuando se excedían, se incendiaban, reventaban
y dejaban cientos de muertos. En cambio, estas películas suelen tener una gran
campaña de marketing.
ACLARACIÓN: No digo que la saga de Piratas del Caribe deba ser aniquilada, ni que los guionistas de la última película sean monos con máquinas de escribir o que los productores hayan ofrecido en sacrificio el arte de contar historias al dios del espectáculo banal; simplemente creo que hay veces en las que la promoción y los fuegos artificiales pueden más que una historia con sentido. Y es tan lícito como lo contrario.
La vida es así.
Por cierto, hoy empieza Gran Hermano...14.